En este caso, una muestra de biologismo, al tratar de aplicar los conceptos categoriales de la genética a campos que no son biológicos. Es decir, científicos que pretenden concebir las “ciencias” políticas como una rama de la biología. Tal vez hasta descubran el gen de la poesía o el de la música.
Haciendo un paralelismo, es como pretender deducir la actividad de conducir un automóvil (cuya escala operatoria supone el volante, dirección, frenos, iluminación…) de la escala de las reacciones químicas entre los gases del motor, o de las interacciones mecánicas de la tracción (que presuponen escalas operatorias propias de los técnicos especialistas del taller, que son quienes revisan o reparan una avería). La conducción regular del automóvil involucra las reacciones químicas del motor y las conexiones mecánicas, pero estas reacciones químicas o aquellas conexiones no involucran a la conducción, que en modo alguno se deduce de aquellas.
Existe también otra modalidad reduccionista, conectada con la anterior, una especie de neuro-centrismo reduccionista o “neuromanía” empeñada en buscar explicaciones y causas de comportamientos simples y complejos, “normales” y “patológicos” en circuitos o zonas cerebrales o incluso en tipos de células concretas. Ya no somos las personas en nuestro contexto las que nos enamoramos, las que confiamos o desconfiamos o las que demostramos empatía, ahora son la amígdala, el córtex prefrontal o las neuronas espejo las que lo hacen y las responsables directas y últimas de ello.
Claro que cuando desconfiamos de alguien o miramos algo con atención, o escuchamos con empatía el relato de alguien se activan unas zonas del cerebro y no otras, cualquier comportamiento tiene un correlato fisiológico. Pero hay que hacer una complicada pirueta conceptual para, a partir de estas imágenes del cerebro en acción, situar en partes concretas del cerebro comportamientos complejos, despojándolos así de la importancia que la interacción que muchas variables contextuales, personales y de aprendizaje tienen sobre ellos.
Esta tendencia de explicar los asuntos humanos como cosa de las neuronas se encuentra en libros publicados por eminentes neurocientíficos (Damasio; Gazzaniga), en libros de divulgación, donde la divulgación neurocientífica ya es un género literario (Punset; Morgado), en libros de autoayuda acerca de cómo desarrollar el cerebro y sacar partido de “tus” neuronas y, en fin, en toda esa proliferación de neuro-X, donde X es cualquier disciplina de las ciencias sociales y de las humanidades (educación, ética, economía, filosofía, etc.), así como cualquier tema que se tercie (amor, elección de pareja, marketing, altruismo, egoísmo, sin que falte la felicidad, etc.). Y así, esta tendencia parece estar suplantando a las propias ciencias sociales y las humanidades, según proliferan neuro-disciplinas de todo tipo: neuro-economía, neuro-ética, neuro-estética, neuro-teología, neuro-política, neuro-marketing, neuro-educación, neuro-cultura, etc.
Otro ejemplo en esta noticia de prensa que contiene un vídeo con ese efectismo y magnetismo acríticos de las neuroimágenes. Respecto a la profesora Natalia López Moratalla ¿sus declaraciones corresponden a una catedrática de Bioquímica y de Biología molecular o a una catedrática de Psicología? ¿Cómo distinguir el campo categorial de la Bioquímica o Biología molecular del campo categorial de la Psicología? ¿Acaso ambos campos categoriales y sus ámbitos fenoménicos se explican desde los mismos principios?
Y qué puede significar el siguiente párrafo: “Para esta experta, “la fuerza y el poder natural de los sentimientos de los adolescentes hacen que necesiten usar con más intensidad la corteza cingular anterior, que actúa como una alarma que se dispara si faltara equilibrio entre razón y emoción”. “Esta región y también el lóbulo frontal están aún madurando en esta etapa. Pero si los adolescentes tienen una fuerte motivación, son muy capaces de creatividad y autocontrol”, agrega.” ¿Será la corteza cingular la responsable del comportamiento equilibrado de una persona, de modo que hemos llegado a la solución de lo que ha sido un problema sistematizado durante siglos por las mentes más agudas de la historia de las humanidades, filosofía, psicología, etc., es decir, la relación entre la razón y las pasiones o lo irracional? ¿Y de dónde procede la “fuerte motivación”, la fuerza de voluntad, el esfuerzo y la auto-regulación consciente que determinarían la capacidad de “creatividad y autocontrol”, cuestión que no nos aclaran? ¿Añaden algo las declaraciones de la catedrática que no se supiera ya desde hace mucho tiempo, además, tratados de modo mucho más sistemático y complejo, o que el propio “sentido común” concibe, aparte de algunas neuroimágenes que simplemente acompañan una declaraciones preñadas de lo que no serían más que tópicos o lugares comunes, y, por cierto, de muy escasa cientificidad (como si, por ejemplo, la melancolía no hubiera sido musa de parte de la literatura, la pintura, la música más excelsa; y, por el contrario, muchas personas cuando se sienten felices se incomodan al ver que su vida está “apalancada”, sin hacer algo interesante)?
La frenología del siglo XXI (Pincha en la imagen para leer la noticia)