He seguido su obra desde los artículos de El robinsón urbano editados por Pamiela, a las primeras novelas de éxito, El invierno en Lisboa, Beltenebros, sus cuentos de Nada del otro mundo, El jinete polaco que le valió el Planeta, la detectivesca Plenilunio, el mundo de la mili de Ardor guerrero, o el de los exilios o las persecuciones de Sefarad. Siempre he encontrado una prosa exigente, laboriosamente pulida y sólida. Pero el mayor interés para mí lo ha despertado la exploración de la memoria, de las raíces de nuestra historia contemporánea que hace Muñoz Molina.
He abierto la nueva novela con temor y los dos nombres de quienes provienen las citas auguran un acierto: Manuel Azaña y Pedro Salinas, dos intelectuales, un escritor y un poeta, que se distinguieron en la locura de la guerra civil por un juicio y equilibrio casi imposibles.