En los últimos días la educación, como concepto general, ha salido a la palestra. A partir de unos graves altercados en una ciudad madrileña protagonizados por adolescentes, la opinión pública ha inoculado sus espacios de opinión y tertulias varias de esta cuestión. El foco del asunto ha circulado por varios puntos de atención, tales los padres, la justicia -al actuar, de manera bastante impune, sobre los jóvenes detenidos- y, cómo no, los profesores. Este último enfoque es el que personalmente más me ha llamado la atención y el que más comentarios ha suscitado.
Desde hace ya algunos años la educación en su más amplio sentido -esto es, no sólo formación académica, sino la referida a las buenas conductas sociales- se ha ido delegando en la escuela. Poco a poco nuestra sociedad ha decidido que los progenitores dediquen menos tiempo a sus hijos, deben ocuparse en trabajar y trabajar para mantener el alto ritmo del “estado de bienestar”, los chavales ya van al colegio y al instituto y allí ya les “educarán”. Así, algunas asignaturas confirman esta tendencia, verbigracia la controvertida Educación para la ciudadanía –área, por cierto, a la que siempre olvidan el apellido: y los derechos humanos– y otras más. Bien cierto es que históricamente ya han existido otras materias que se han encargado de la “urbanidad” de los muchachos, aunque es más reciente el empeño de los institutos por educar en la sexualidad, en la prevención del consumo de drogas, etcétera. La ya caduca LOGSE propugnaba la enseñanza de los Temas Transversales: educación ambiental, para la paz, moral y cívica, sexual, para la igualdad de oportunidades, para la salud, educación del consumidor y educación vial. La actual LOE los mantiene, con nombres parecidos, pero los mantiene. Parece bastante claro, pues, este proceso de trasvase de la educación del ámbito familiar al escolar.
Quiero dejar constancia de que este proceso no me parece mal en absoluto, siempre y cuando esta alta responsabilidad sea compartida en su justa medida, siempre y cuando las familias comprendan que los profesores estamos siempre en su mismo equipo, el equipo que intenta hacer de los alumnos personas “más educadas”, mejores personas. Y siempre y cuando comprendan que un colegio o un instituto es una parte más de la sociedad en la que vivimos y nosotros, los profesores, tratamos con los alumnos unas horas a la semana y el resto del tiempo habitan en esa sociedad: en su familia, con sus grupos de amigos, rodeados de medios de comunicación, sobre todo televisión e Internet. Y precisamente, creo yo, ahí está el quid de la cuestión: nuestra sociedad. Desde ella llega una serie de mensajes, así en general, que los chavales observan y hacen suyos. Una sociedad que ha derivado la educación y la urbanidad en la escuela casi de forma exclusiva, que muestra cómo el éxito parece fácil, que demuestra que los conflictos se resuelven siempre con soluciones violentas, una sociedad que infantiliza a sus jóvenes –y no tan jóvenes- hasta límites imperdonables, una sociedad que a pesar de los esfuerzos de muchos no supera los prejuicios racistas y sexistas, una sociedad que marca un ritmo frenético y desecha la reflexión, que tiene por paradigmas y referentes a personajes de nulos méritos.
Pues bien, ante este panorama nos toca a todos ponernos manos a la obra. Las familias asumiendo la gran responsabilidad que implica la paternidad, los profesores y maestros haciendo del día a día una labor constante de educación y formación –imagino que por este orden, según corren los tiempos-. Me reservo las últimas palabras para nuestros políticos. Haré un esfuerzo sublime por no caer en los tópicos que siempre surgen cuando de ellos se habla, aunque bien es cierto que lo ponen bastante difícil. A los políticos les toca asumir igualmente su responsabilidad: hacer un gran pacto que sirva para estabilizar todas las leyes y normas que rigen la educación. Pero sobre todo, sobre todo, les toca no salir al paso con estulticias tales como las oídas últimamente, simples ocurrencias al calor de los hechos. Les toca intentar mejorar la sociedad en la que vivimos y, desde luego, ese afán por ganar el concurso de la idea más ocurrente –y superficial, dicho sea de paso- que parecen perseguir no ayuda en absoluto. Así que tonterías tan supinas como obligar al tratamiento de usted hacia los profesores, o redactar un real decreto que diga que los docentes tienen más, o son, autoridad, sólo hacen que confirmar el estado crítico de nuestra sociedad, sólo hacen que mostrar la falta de reflexión y profundidad de algunos señores que no saben ni por dónde les va el aire.
Reconozco que he tenido que buscar la palabra “estulticia” en el diccionario. Y no se me caen los anillos por admitirlo. Pero, ¿cuántos de nuestros alumnos efectuarían esta búsqueda?
Añadiría, a esos episodios violentos protagonizados por jóvenes, la increíble desidia y falta de interés que muestran muchos de ellos hacia todo lo que les rodea.
Este carácter, en mi opinión, viene dado por lo mencionado: una nula capacidad de muchos padres para ejercer como tales; por la desfachatez de nuestros políticos, preocupados más en resaltar en la foto escalonando lo “inescalonable” y porque, y aquí nos incluyo a los docentes, muchas veces es más fácil “dárselo hecho” que tener que perder el tiempo, las energías y la salud mental en intentar que un alumn@ aprenda las tablas de multiplicar en sexto de primaria cuando debería haberlas aprendido en segundo.
Si yo fuera niño, pensaría: “‘¡Qué bien! Voy a suspender todas las asignaturas. Pero me van a lleva a Apoyo Educativo, voy a seguir tocándome las narices y, total, el año que viene me pasan al insti”.
Hoy, en cuarto de primaria, un alumno me ha dicho: “En quinto no se puede repetir, ¿verdad?”. Esta es toda su preocupación cuando debería ser aprender y disfrutar aprendiendo.
Más le valía al señor Defensor del menor dejar a la hija de “la Esteban” y dedicarse a fondo con lo que ya nos ha caído encima.
Un saludo