”Por nuestra parte, los obispos continuamos preocupados, junto con los profesores y muchos padres de alumnos, por la deficiente regulación jurídica de la enseñanza de la Religión y Moral Católica en la escuela. […] La carencia de una verdadera alternativa académica coloca a los profesores y alumnos de Religión y Moral Católica en una permanente situación de verdadera heroicidad pedagógica. El deterioro de la formación religiosa y moral en la escuela no es bueno para nadie y, menos, para los jóvenes que en la práctica se ven privados de ella u obligados a recibirla en condiciones difíciles y discriminatorias.” Esta es una de las afirmaciones que el presidente de la conferencia episcopal española ha tenido a bien realizar, forma parte del discurso inaugural de su XCIV Asamblea Plenaria.
Como indican las comillas, las palabras son literales; para cualquier curioso, pueden ser leídas y escuchadas, en el contexto del discurso completo, en el enlace que incluyo abajo. Algunas otras “perlas” contiene dicho discurso, pero me centraré inicialmente en esta afirmación. Cualquiera que las lea o las escuche (han sido difundidas por los medios de comunicación) podría pensar que los alumnos de los centros –públicos sobre todo, me atrevo a intuir- que optan por cursar la materia de Religión Católica padecen una discriminación efectiva en sus colegios o institutos, podría pensarse que sufren los rigores diarios de quienes son vejados, pedagógicamente, como dice el cardenal arzobispo. De igual modo, los “pobres” profesores de esta materia parece ser que también se ven abocados a la misma situación, de tal manera que resultan ser unos “héroes” de la educación. Pues muy bien, señor mío, debo de ser muy afortunado –o desafortunado, según se mire-, pero en los diez años que llevo ejerciendo la docencia y en los siete centros educativos en los que he sido profesor y alumno (públicos y privados-concertados) jamás he visto tal. Los profesores de religión –siempre católica- han ejercido su profesión con libertad y en igualdad de condiciones que el resto de sus compañeros, y los alumnos que han optado por cursar la materia jamás han padecido discriminación alguna ni condición más difícil que el resto de sus compañeros. Es más, absolutamente todos los miembros de la comunidad educativa han sido igualmente tratados sin tener en cuenta sus preferencias religiosas, ni ninguna otra que supusiera distinción discriminatoria.
Probablemente no fuera necesario el comentario ni la aclaración. Digo probablemente, si quien fuese receptor de los mismos no fuera sesgado y aviesamente predispuesto a la mentira. El señor Antonio Mª Rouco Varela miente vilmente, sin importarle nada de nada. Se atreve a opinar, desde su posición de poder –eclesiástico, claro- sobre algo que desconoce profundamente. Y si me equivoco, que podría ser, reto desde aquí a que cite con los suficientes datos el centro educativo donde esto ocurre, el nombre del profesor de religión católica o el del alumno de esta materia que se vea en circunstancias de “heroicidad” por esta condición.
Sí, claro, citaré aquí el tópico ese de que este hombre se dirige a sus seguidores y que los demás, entre los que me incluyo, no debemos darnos por aludidos. Pero es el caso que sí me alude cuando hace referencia a mi profesión, a mis compañeros de trabajo y a mis alumnos. Y es ahí, precisamente, donde el comentario irrita sobremanera.
Y es que el tema de fondo, según lo veo yo, es ya viejo. Se trata de la consideración de superioridad moral que el catolicismo se atribuye a sí mismo, y por ende de inferioridad a quienes no lo comparten y lo practican. El comentario arriba criticado por mí, tiene también la lectura de mostrar los centros –públicos, considero de nuevo- como carentes de moral, lugares donde reina el caos y el mal campa a sus anchas. La cuestión es patrimonializar el bien, adueñarse de las buenas conductas, como si quien no siguiese la religión católica y sus normas fuese incapaz de ser considerado como moral. Es por eso que el cardenal arzobispo observa que “no es bueno para nadie” que “los jóvenes se vean privados de la formación religiosa y moral en la escuela”. Religión y moral las ofrece como indisolubles.
Aquí es donde radica mi principal crítica: religión y moral son totalmente separables, y los centros de enseñanza pública deben hacerlo. No sólo deben, lo hacen, de ello doy absoluta fe. Por supuesto que en los colegios e institutos a nuestros “jóvenes” se les inculcan valores morales, se les hace ver lo que está bien y lo que está mal, de todas las maneras posibles. Se hace de manera institucional y en la práctica diaria con ellos. Se organizan actividades de todo tipo, académicas y extraescolares, para que aprendan e interioricen “buenas conductas” y se realiza sobre todo a través del llamado “currículo oculto”, mediante las acciones y conductas de sus profesores en el día a día. Y tal es así por la profesionalidad de los docentes, por su compromiso con la labor que están llevando a cabo, porque comprenden la importancia de su trabajo. Además, no debemos olvidar que la sociedad ha querido delegar en estos profesionales esta labor, así que también lo hacen por obligación. Y todo ello independientemente de su confesión religiosa, o de cualquier otra condición personal.
Espero que haya quedado claro mi posicionamiento por una educación radicada en el laicismo. Por un laicismo objetivo, que nada tiene que ver con el anticlericalismo. La religión, sea de la confesión que sea, debe pertenecer al ámbito personal y dentro de él la encuentro muy edificante y enriquecedora para quien de manera libre se acerque a ella. Las buenas conductas están regidas por las leyes que todos debemos cumplir, y la moral, la buena moral, la pueden adquirir las personas sin necesidad de religión alguna, católica o la que fuere.
Muchos son los comentarios que suscita la lectura del arriba mencionado discurso del señor Rouco Varela, pero para no extenderme demasiado haré tan sólo uno más. Me surge al hilo de estas palabras: “En los últimos meses han emergido problemas fundamentales del sistema educativo que han atraído fuertemente la atención de la opinión pública, como son: los altos porcentajes de fracaso escolar, la presencia creciente de la indisciplina y aun de la violencia en las aulas, la pérdida de autoridad humana y pedagógica de los propios profesores, una educación sexual impartida sin criterios morales y sin que los padres de los alumnos la conozcan, etc.” De nuevo, otra calumnia, señor cardenal arzobispo: se atreve a tildar la educación sexual impartida en los centros de inmoral y, además, tiene la osadía de decir que se hace sin informar a los padres. Esta vez la intuición se convierte en certeza al considerar por el que esto escribe que quienes comenten tal villanía son los centros públicos; porque donde dice “moral” ha obviado voluntariamente el adjetivo “católica” y está claro que los centros educativos de confesión católica siguen las pautas marcadas por la jerarquía eclesiástica, no podría ser de otra manera. Así que de nuevo tenemos al otro lado del bien a los colegios e institutos públicos, considerados, pues, por Rouco de amorales, cuando no inmorales.
Pues nada, otra vez a desmentir y a aclarar. Sí se informa a los padres de la educación sexual que reciben sus hijos; es más, si alguna familia decide que su hijo no la reciba así se hace. Además, esta educación sexual sí tiene unos marcados criterios morales, que no son otros que los encaminados a procurar bienestar y salud mental y física a los educandos. Lo que ocurre es que tal vez no han pasado por el “tamiz católico” y siguen criterios médicos y científicos muchas veces reñidos con ese filtro.
En fin, y para concluir, sólo me resta dirigir un modesto y humilde mensaje a los gerifaltes católicos, sobre todo a sus representantes, a los que hablan y les ponen delante micrófonos y grabadoras para luego reproducir sus palabras. Y el mensaje es muy sencillo: no mientan, por favor. O no se equivoquen. Para ello, yo, personalmente, les invito a conocer mi centro –público- y después opinan.