Tenía que ocurrir

  La migración entre realidad y ficción es un fenómeno viejo, viejísimo. En los últimos años esta traslación se ha visto exponencialmente multiplicada gracias a los medios de comunicación, de manera especial gracias a Internet y a la televisión. La prensa, la radio y, cómo no, la literatura históricamente han aportado también lo suyo. Vivimos, creo yo, saturados de información y tal es así que los criterios para discernir la realidad de lo que no lo es sencillamente han saltado por los aires. Da igual quién lo dice, cómo lo dice o en qué contexto: aparece en Internet, lo dice la televisión, y ya es suficiente para darlo por cierto.  Y no hay problema alguno para a partir de ahí llegar hasta las consecuencias que haga falta.

  Sobre esto precisamente es sobre lo que quiero reflexionar, de un caso concreto, de un flagrante caso que me ha abierto las carnes. Y en particular de sus consecuencias. Ha ocurrido así porque ha alcanzado de pleno a lo mío, a la educación, no a la formación académica, sino a este concepto general aplicado a “mis clientes”, los jóvenes.

  Me explicaré. Y empezaré por una confesión: veo la tele. Más en concreto, los viernes a eso de las nueve y media, en canal Cuatro. A esta hora un señor de mediana edad, que se presenta a sí mismo como ex deportista de élite, ex adicto a ciertas drogas, y al alcohol, y terapeuta de jóvenes conflictivos en su entorno familiar, aplica todo su empeño y saber en recuperar a estos ¿adolescentes? (andan casi todos por la veintena). Este planteamiento es el que ofrece Hermano mayor, que así se llama el programa, siguiendo un esquema más que repetido, idéntico, para todos los casos. Cualquier espectador con un mínimo de inteligencia observaría cómo se fuerzan las situaciones violentas (que no faltan), cómo se “fabrican” los momentos de desesperación paterna y materna (lágrimas incluidas, que no faltan), cómo todos los finales se ofrecen como positivos y plenos de propósitos de enmienda, felices vaya. Cualquier espectador con un mínimo de inteligencia observaría cómo cada vez existe una menor conexión entre “las terapias” propuestas y la solución final y cómo ésta es simplona, cuando no absurda o inexistente: los muchachos o muchachas confiesan “darse cuenta” de todo y afirman “no volver a hacerlo”. El “terapeuta” muestra su empatía hacia los esperanzados padres y un tierno abrazo concluye el programa.

  Y ahí quería yo llegar, al terapeuta. Lo que es, claramente, es un personaje creado por una cadena de televisión para su programa. Es decir, ficción. Si lo que se pretende es establecer una relación directa entre sus actuaciones y la “rehabilitación” del rebelde de turno, claramente esto resulta un insulto a la inteligencia del espectador. Al menos, así lo veo yo. Pero el caso es que esta imagen ha cuajado. ¡Y cómo! Pedro García, que así se llama, se ha ganado el prestigio de experto en resolución de conflictos: da igual si lo es o no, esto no importa, “lo dice la televisión”. Y ahora las consecuencias: tiene escritos varios libros –Mañana lo dejo, Dejarlo es posible,  Diario de una terapia y Hermano Mayor-, éste último sobre el tema que nos ocupa. Como se ve, la bola va creciendo y ficción y realidad se confunden, bajo el auspicio de otros medios de comunicación y bajo la aquiescencia del interfecto, que, lejos de delimitar la frontera entre el personaje y el “experto” real, la nutre, la fomenta y se deja patrocinar.

  Hasta aquí el asunto tendría cierto pase. Es decir, a quien no le guste el programa que no lo vea –o lo critique-; quien vea al personaje de ficción y no dé credibilidad a su eficiencia ante los problemas paterno-filiales, que pase olímpicamente de él. En nuestro trabajo, los profesores ponemos mucho empeño en que nuestros alumnos aprendan a comprender el mundo que les rodea en su justa medida, esto es, hacemos lo que está en nuestras manos para que sean competentes en varias cosas, especialmente en saber acercarse a los medios comunicación con los recursos –lingüísticos y de todo tipo- para saber discernir lo que es pura ficción de lo que es reflejo de la realidad. La tarea no es nada fácil, pero el objetivo merece la pena.

  Pero con lo que, en mi ilimitada ingenuidad, no contaba es con tener que luchar también con sus progenitores. Y ahí la batalla es harto complicada, casi imposible. ¿Por qué digo esto? Pues porque la semana pasada al entrar a mi instituto el estupor se apoderó de mí, no daba crédito a lo que mis ojos vieron. Sí, el cartel que abajo incluyo. Resulta que una asociación de padres y madres de un centro educativo vecino ha decidido invitar –quiero pensar que no ha mediado dinero- a Pedro García Aguado a dar una conferencia. “¿Una conferencia de qué?”, pensé para mis adentros, aunque la respuesta estaba clara: acudirá a ayudar a los padres y madres con sus consejos en los conflictos entre ellos y sus hijos.

  Efectivamente: ¡ocurrió! La ficción venció, una vez más, a la realidad y aquéllos han otorgado un halo de autoridad a un producto mediático, a un personaje inventado por un canal de televisión. Se han dejado seducir por el “lo dice la tele” y ya está. No han decidido escuchar una conferencia sobre lo mismo de algún otro experto, un psicólogo especializado en la materia, un orientador en un centro educativo con años de experiencia, algún avezado trabajador de los llamados asuntos sociales, un juez de menores, algún profesor o maestro curtido en mil batallas con chavales… no… han elegido al personaje irreal que resuelve conflictos en poco más de una hora, con veinte minutos por el medio de publicidad.

  Ante todo esto, simplemente puedo decir que el asunto me parece aberrante, es decir, –DRAE en mano- ‘que se desvía o aparta de lo normal o usual’: se desvía profundamente del mensaje diario que muchos profesores, entre los que me hallo, intentamos transmitir a nuestros alumnos. Ahora sólo me queda ser coherente con mis propias reflexiones y dejar de ver el inmundo programa de televisión; no descarto del todo que estuviera extrañamente enganchado a él, así que tal vez tenga que empezar con la lectura de Mañana lo dejo y Dejarlo es posible del señor Pedro García Aguado.

 

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3 comentarios a Tenía que ocurrir

  1. Alberto escribió:

    Siempre pasa. Cuando un programa se dedica a ayudar a los demás surgen las suspicacias. Pasó con Extreme makeover, supernanny, y pasa ahora con hermano mayor.
    Luego tenemos el clásico caso de titulitis, es decir, como este señor no tiene una licenciatura con un máster, entonces no es válido para enseñar.
    Puedes leer alguna entrevista suya, y si dice algo incorrecto, debes denunciarlo. Lo que sí tengo claro es que entre esto y La Noria, Salsa rosa o Salvame diario, me quedo infinitas veces con “Hermano mayor”. ¿Efectista? evidentemente. ¿infalible? para nada: el último caso (Sergio) ha sido detenido hace poco por atizar a su novia. ¿Teatro? si es así, son actores tremendos, lágrimas y gestos incluídos. Obviamente hay situaciones forzadas, sobre todo al principio, ya que hay un señor con una cámara grabando.

  2. Alberto escribió:

    Por cierto, que me parece normal que use siempre la misma terapia, si funciona. A veces no hay que ser tan suspicaz en la vida, que es mucho más sano.

  3. Trapani escribió:

    Igual de real que Jersey Shore por su puesto, a uno también lo pilló la policía… Llevo todo el día informándome sobre este programa y me extraña mucho no haber llegado al caso que dices del tal Sergio… Sigue viviendo en tu mundo y viendo Hermano Mayor o el programa ese de mierda en el que sacan dinero de la desgracia de otras personas que echan en Canal Sur…

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