DISCUSIONES FILOLÓGICAS DE CAFÉ

Sobre cuestiones lingüísticas casi todo el mundo se atreve a opinar. Los hay incluso que rebasan la simple opinión para pasar la frontera de la aseveración o la teorización. No es de extrañar, desde la más tierna edad en cada uno de nosotros hay un usuario de la lengua. El que más o el que menos en alguna ocasión ha reflexionado sobre ella, independientemente, claro está, de los años de escolarización –cada uno los suyos– que haya tenido en la materia de Lengua Castellana y otras lenguas. Algunos otros, una raza aparte, hemos hecho de la cuestión casi un motivo de vida: los filólogos, capaces de discutir horas y horas sobre la, aparente, nimiedad que supone un plural por aquí, una tilde de más o de menos por allá, esos femeninos bien o mal usados o el origen de alguna palabra y sus usos actuales. Por citar unos pocos ejemplos.

Hace poco, en una reunión familiar, surgió uno de estos temas. La sustantivación. A partir de la palabra lavadora, nació la duda de si esta palabra realmente había sufrido este proceso. Otros ejemplos nos vinieron a la mente: móvil, portátil y alguno más –lo cierto es que son muy numerosos los que la lengua española nos ofrece. Sin ánimo de ser profuso, aquí va mi explicación.

Existen varios tipos de procesos de sustantivación en castellano. En líneas generales, se puede decir que cualquier palabra que se vea antecedida por un determinativo, en especial el artículo, se convierte en sustantivo. Esto no es literal, habría que entrar en una casuística muy elevada. Lo que sí es cierto es que esto sí le ocurre al adjetivo y por extensión a las oraciones subordinadas adjetivas.  De hecho, en la Gramática de la Lengua Española de Emilio Alarcos Llorach (referencia de la Real Academia Española) no se citan otros tipos de ejemplos de sustantivación. Además, son los que interesan aquí:

El que llegue antes será el ganador. La que está pintada de color azul es la más bonita.

Lo bueno, lo curioso, lo interesante, lo importante.

El bueno, los detenidos, las jóvenes, las azules.

En los últimos ejemplos se sobreentiende un sustantivo que se ha eliminado por haber aparecido antes en el contexto o por darse por conocido en el entorno cultural o comunicativo. Podría pensarse que es el caso de la palabra lavadora, si su origen fuera máquina lavadora, pero –y aquí está el quid de la cuestión– esto no es así. Claro que es posible que el sintagma “máquina lavadora” se emplee, como podría serlo “máquina tostadora”, “máquina cosechadora” o “vehículo tractor”, pero desde luego no son nada habituales. Si se dieran así, tal cual como en estos casos, tostadora, cosechadora, lavadora y tractor estarían funcionando como adjetivos. Pero si se emplean sin el sustantivo no son adjetivos sustantivados, como sí lo son en los ejemplos “portátil” o “móvil”, pues estos sintagmas sí tienen un empleo muy frecuente y se ajustan a lo dicho arriba sobre un sustantivo sobreentendido que ha sido eliminado (ordenador y teléfono).

Esta explicación debería ser suficiente en sí misma. Pero lo que acaba por confirmarla es algo muy sencillo, consultar el DRAE (diccionario de la Real Academia) y observar cómo de la palabra lavadora se ofrecen cinco acepciones: una de ellas es el adjetivo (formado por el sufijo –dor, –dora: “forma sustantivos verbales. Señala el agente”, indica el DRAE) y las cuatro restantes son sustantivos, incluida la quinta que dice “máquina para lavar la ropa”. Estamos, pues, ante un claro caso de polisemia. Mismo significante para varios, en este caso cinco, significados.

Tomando el último significado, la expresión “máquina lavadora” podría considerarse un pleonasmo, es decir, una redundancia semántica, ya que en la definición de lavadora ya nos viene dado que se trata de una máquina. Si se tomara como adjetivo, lo que se daría sería una pérdida de significación, pues la Real Academia nos indica que la lavadora es “para lavar ropa” y lavador, lavadora es simplemente “que lava”, lo que sea.

Como decía arriba, los filólogos –algunos– somos así. Disfrutamos con estas disquisiciones que para otros son baladíes, simplonas y sin importancia alguna. En fin, rarae aves en un mundo en el que la incorrección lingüística campa a sus anchas. Y aún más, la incorrección en general.

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