Comienza un nuevo curso. En las dos semanas que llevamos de clase de este, recién estrenado, dos mil catorce dos mil quince ya hemos tenido tiempo casi de olvidar que hemos tenido un largo y estupendo verano. Así es este trabajo, cuando apenas han pasado unos días, incluso unas horas, el trajín de alumnos, clases, horarios, papeleos iniciales, listas de optativas, tutorías y un largo etcétera de incidencias te hacen entrar de lleno en actividad; y el curso, cual gigante que se despertara de una cálida hibernación, empieza a caminar.
Imagen tomada de www.profesoresenacción.com
Destacaré tres asuntos de este arranque; uno triste, otro surrealista y otro ilusionante. Empezaré por el positivo, por aquello de ver “el vaso medio lleno”. Igual resulta muy tópico, pero en mí cada curso que empieza es motivo de nuevas ilusiones, nuevos alumnos –casi todos–, nuevas ideas que desarrollar, nuevos proyectos. No es para mí una rutina que empieza a funcionar, es el inicio de algo que tengo muchas ganas de que vaya bien.
Seguiré con el surrealista. El principio de este curso ha estado marcado por un, nuevo, caos producido por nuestros “padres putativos” en lo académico-profesional, la Administración. Alguna cabeza pensante desde el Departamento de Educación tomó la decisión de mandar a los compañeros interinos, contratados laborales dicen desde “arriba”, a su nuevo destino dejando los centros en los que habían trabajado el curso anterior. Esta decisión ha sido nefasta para todos: más carga de trabajo para los jefes de departamento u otros compañeros (pues han tenido que corregir los exámenes “dejados” por los interinos), unos exámenes corregidos por profesores que nada saben de los alumnos (deshumanizando así la también pedagógica tarea de la corrección en septiembre), unas juntas de evaluación cuando menos mermadas y cuando más desangeladas del todo, pues muchos tutores de los chavales andaban ya por su nuevo centro, muy lejos de decisiones vitales para aquellos, tales la promoción o la titulación. He aquí el concepto de calidad de la educación que se tiene en el Departamento: solo sigue un criterio, el económico; los alumnos les importan un carajo y los profesionales de la educación otro. ¡Cuán distinto nos iría si quien decidiera estos y otros asuntos supiera un poquito sobre la materia en la que trabaja!
Termino con el punto triste que arriba anunciaba. Y no es otro que el cierre de un colegio en la localidad donde vivo, es más, lo tengo justo al lado de casa. En estos últimos días, cuando he pasado por sus puertas hoy cerradas y echaba un vistazo al edificio clausurado, el sentimiento personal es el de pena, sobre todo sabiendo que responde única y exclusivamente a motivos políticos, a la falta de acción por parte de quien le correspondía para hacer que el colegio siguiera funcionando. Da más pena todavía comprobar cómo las instalaciones siguen en completo desuso y mucho me temo que será por mucho tiempo. ¡Qué extraños mandatarios nos rigen, que cierran escuelas y se olvidan de quienes les han llevado a donde están!