Al principio de esta semana nos amanecimos con unas sustanciosas propuestas educativas por parte de un importante partido político español. No voy, aquí y ahora, a analizarlas una por una, pero sí escribiré de manera muy somera qué es lo que me parecen. Más que de forma somera tal vez debería haber dicho maximalista, ya que unas reformas de profundo calado -como las que los medios de comunicación se apresuraron a destacar- no las considero oportunas. Tal vez pudieran resultar necesarias, no lo tengo muy claro. Lo que sí tengo claro es que de una vez por todas lo que debería ocurrir es que una ley de educación sea respetada y prolongada en el tiempo. Evidentemente, quedan por pulir muchos aspectos, y otros deben ser modificados o erradicados. Pero lo que necesita la educación hoy en día es continuidad, es dotarla del sosiego preciso para que se desarrolle en su plenitud y no tener la continua amenaza de que el siguiente partido que vaya a gobernar vaya a ponerlo todo, una vez más, patas arriba.
La verdadera reforma tendría que ser económica, lo que los partidos políticos necesitan es comprometerse a invertir lo que realmente se precisa: dotar adecuadamente de recursos y formar para emplearlos como se debe. Lo demás son demagogias baratas, vengan de donde vengan. De otra forma, los cambios en el sistema, las reformas de la enseñanza obligatoria, el bachillerato o la formación profesional estarán condenadas a ser puestas en entredicho eternamente. Cuando los que mandan lo entiendan y cuando los que mandan escuchen de verdad a quienes tienen que escuchar, entonces tal vez la educación reglada -que es lo que se discute- empiece a mejorar.