La bondad de hacer leer a los alumnos varias obras a lo largo del curso está claramente fuera de toda discusión. Todos los profesores entendemos esta cuestión como muy positiva y no hay docente que rebata la idea. Al menos yo no lo he conocido. Otra cuestión sobre este asunto que no suele discutirse es la de que el departamento de Lengua Castellana y Literatura de cada centro es quien debe gestionar estas lecturas. El resto de departamentos suele delegar en él, y en los de lenguas extranjeras, la cuestión. Parece, para algunos departamentos didácticos, como si en sus materias no fuera necesario leer nada o no hubiera libro alguno que se prestase a esta actividad. En realidad, lo que considero que ocurre es que en secundaria -y bachillerato- se asocia ese “mandar leer un libro” con el intento de crear en los alumnos un hábito por la lectura placentera, por hacerles ver cuánto se puede disfrutar con una obra literaria. El intento es del todo loable, pero los medios tradicionalmente empleados podrían no ser los más oportunos.
Placer y obligación. Dos términos radicalmente opuestos que año tras año nos empeñamos en asociar, haciendo que nuestros alumnos lean forzosamente una serie de libros previamente elegidos por nosotros. Después acaban haciendo un pequeño trabajo o un control de lectura o una ficha, o nada, y a otra cosa, mariposa. La mayoría de los alumnos no alcanza ese bonito objetivo que nos habíamos marcado y resulta que no han “gozado” con la lectura. Además, en la elección -en los departamentos de Lengua- suele haber una discusión ya vieja: qué deben leer los alumnos, estos libros que vienen ya etiquetados para su edad y que tratan temas que se suponen les atraen o recurrir a la académica lista de clásicos.
Pues bien, de la reflexión de todo esto podría surtir, tal vez, una forma más efectiva de abordar la lectura en la educación secundaria. En primer lugar, tal vez deba modificarse ese pretencioso objetivo de hacer que otros disfruten a través de la obligación; a lo mejor tendría que quedarse en valorar en los alumnos su capacidad de esfuerzo para realizar una tarea para ellos costosa, en valorar su capacidad de síntesis y abstracción de un texto tan largo como una obra completa (con su variada tipología textual), en valorar su capacidad de opinar razonadamente a partir de lo leído. Estos objetivos son, sin duda, ampliables a todos los departamentos didácticos, de los que sería muy recomendable su implicación. Igualmente, los profesores de lengua y literatura tenemos la responsabilidad de preparar adecuadamente a los alumnos para hacer una lectura rica, fundamentada, inteligente, efectiva; para ello hay que emplear muchas horas de clase, leer con ellos, ayudarles, guiarles. Las experiencias de lecturas colectivas -dramatizadas cuando se pueda- en el aula y con el profesor aportando las estrategias adecuadas suelen ser positivas. Además, esa responsabilidad exige elegir muy bien las obras, conocerlas, haberlas leído y trabajado antes de llevarlas a la clase.
Si después de todo esto los alumnos disfrutan, pues muy bien. Si luego en su casa, en su tiempo libre, deciden tomar un libro y gozar de la literatura, excelente.