La literatura es algo más

Escribo desde la devoción, lo reconozco. Desde el momento en que leí la primera línea de Gabriel García Márquez quedé cautivado para siempre de su hacer literario. Cada vez que me acerco a alguna de sus obras disfruto de cada una de sus páginas, de cada oración, casi de cada palabra. En alguno de sus libros Gabo ha referido su azarosa vida y conocerla ayuda, y mucho, a hacer más ricas para el lector sus creaciones.

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Imagen de elcomercio.pe (Foto:AP)

La literatura, es muy evidente, es algo más que una palabra tras otra con apariencia “hermosa” –qué poco me gusta aquí esta palabra– o diferente a la habitual. Es algo más que una sintaxis cuidada, más que una trama bien construida y bien conducida. Para mí, la literatura debe producir en quien la lee un pellizco en su interior, debe hacer saltar los resortes emocionales, ha de ser algo más. Está claro que aquí no resolveré lo que tantas cabezas pensantes alojadas en expertos literarios y eruditos varios, dignos muchos de ellos de mi profundo respeto y admiración, no han logrado dilucidar: qué es bueno y qué no lo es en literatura. Es más, muchos recorren todavía el fatigoso camino de discernir lo que es digno de considerarse literario o no. Nada más lejos de mi intención. Más bien, a mí me interesa la otra cara de la moneda: el lector. ¿Qué es lo que éste experimenta cuando toma entre sus manos un libro –en el formato que más le plazca– y le dedica su tiempo y su atención? La respuesta a esta cuestión me parece mucho más relevante, sobre todo si se piensa que el autor ha creado –en buena medida– su obra para ser leída. Y me interesa también porque forma parte de mi profesión con mis alumnos. Es una responsabilidad que asumo, lo mejor que puedo y en la medida de mis posibilidades, la de intentar formar buenos lectores, que sean capaces de “sacarle jugo” a lo que leen, haciendo que su mirada sea lo más rica posible y si es posible sintiendo ese ‘pellizco emocional’ arriba citado. La tarea me parece harto complicada y más en estos tiempos de prisas, donde lo inmediato reina por encima de todo. Exprimir la obra literaria para disfrutarla requiere calma, reflexión, un mínimo de análisis…

Y también algo de saber enciclopédico. Aquí es donde tienen cabida esos datos que tanto se machacan en secundaria, figuras retóricas, tropos, lugares comunes, tipos de estrofas, medida de versos, géneros literarios, etcétera, etcétera. Igualmente entran aquí los datos biográficos de los autores más importantes –según los libros de texto, la mayor parte de las veces–. Pues bien,  estos conocimientos realmente sí sirven, según lo veo yo, para que la literatura sea algo más. Claro, es necesario distinguir lo relevante de lo que no lo es y ahí la labor del docente es vital. Hilvanar adecuadamente las anécdotas vitales con las obras creadas aporta muchísimo al lector y hace que su lectura se vea enriquecida sobremanera. Por citar un simple ejemplo así a vuela pluma, conocer al detalle la biografía de Miguel Hernández, su encarcelamiento, la muerte de su primer hijo, su enfermedad, etc., nos hace comprender mucho mejor sus poemas y si, además, estos van fechados y los cruzamos con las cartas a su esposa, el cóctel literario resulta mucho más rico y placentero.

Hablaba al principio de mi fervor por el escritor colombiano. Pues bien, este martes pasado escuchando la Cadena Ser oí una entrevista realizada a Plinio Apuleyo Mendoza, periodista y escritor, también colombiano, y amigo desde hace muchísimos años de García Márquez. La charla con Carles Francino está perlada de anécdotas y datos bien curiosos sobre Gabo que hacen comprenderlo mejor, y hacen que sus obras cobren aún más fuerza. Sobre todo, he de reconocerlo, para los que amamos las letras del colombiano.

Dejo aquí el enlace para quien quisiera disfrutar de esta entrevista.

Entrevista de Carles Francino a Plinio Apuleyo Mendoza, programa La Ventana del ocho de febrero de dos mil trece.

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