Entendemos como conductas desafiantes aquellas que implican búsqueda de confrontación directa y desobediencia explícita a las figuras de autoridad e incumplimiento reiterado de las normas.
Por ejemplo, si pedimos a un alumno que salga a la pizarra y nos contesta que no le da la gana, ¿qué hacemos?, ¿cómo nos sentimos?: normalmente es fácil contestar con otro desafío como “si no vienes inmediatamente quedas expulsado de clase”. Ante lo cual es normal que nos responda algo parecido a “échame tú, si puedes”; en estos momentos ya hemos caído en la trampa y cada vez nos resultará más difícil controlar la situación; por otra parte nos sentimos fatal, vemos como nuestra autoridad se va a pique y empezamos a perder los estribos.
El desafío es como una espiral que cada vez tiende a hacerse más grande e ir subiendo de grado. Lo más recomendado en estas situaciones, con mucha calma, es actuar de la siguiente forma:
– No razonar, repetir correctamente la orden una vez más.
– Utilizar un vocabulario correcto.
– Ignorar el comportamiento y, sin demostrar desagrado, pedir a otro alumno que realice la instrucción.
– Dar paso a otra actividad que nos interese como si no hubiera pasado nada.
– Más tarde, a solas, sin la presencia de los demás compañeros, hablar con el alumno en cuestión y establecer unas consecuencias que se cumplirán en caso de repetirse la situación.
– Cumplir las consecuencias.
No es fácil. Hay que repensarlo, entrenarse e intentar no personalizar (el desafío es al “rol” de profesor, no a la persona, puesto que no nos conocen), y en la medida de lo posible llegar a acuerdos con el resto del equipo docente.