Si “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry es una parábola
del ser humano, un cuento sobre el niño que dentro de nosotros vive y late, y
que vamos matando a medida que la sociedad y la visión adulta del mundo se van
imponiendo, y dejamos de contemplar la vida con los ojos puros de la inocencia,
Las aventuras de Huckleberry Finn habla del tipo de vida que a nuestros chavales
les gustaría disfrutar. Lo recomiendo antes que Tom Sawyer, aunque sepamos que
es posterior a este, porque es el orden que seguí en mi lectura de infancia.
Una novela que evoca un mundo rural perdido, a orillas del Mississipi, tan lejano a
nuestras mentes urbanitas y tecnificadas, pero que sigue hablando, de una
manera siempre divertida, de emociones y peligros, de tesoros, de convenciones
sociales y de libertad.
Iñaki, el alumno implicado, nos lo empezó a resumir así: “Huck
es un niño bastante maleducado, con su amigo Tom Sawyer encontró hace años un
tesoro y se hicieron ricos. Ahora una señorita ha adoptado a Huck, pero su
padre es un borracho y no quieren que lo adiestren. Entonces Tom, Huck y el
esclavo Jim escapan, y ven enbusca de aventuras. Luego, pillan a Jim y lo
enjaulan, pero ahí están Tom y Huck para liberarle y que no sea esclavo…
Estas novelas de Mark Twain me acercaron a un autor que nunca me ha abandonado, padre de la gran literatura norteamericana, sin duda, pero también uno de los que con más desenfado, humor, ironía y vitalismo se acercó al mundo de la infancia. En nuestros días, cuando se escribe tanta literatura juvenil adocenada, plagada de moralina, por encargo del mercado, intento que mis alumnos miren hacia los clásicos. Y nos conviene a todos recordar el aviso que precede la obra:
“Serán procesados quienes intenten encontrar una finalidad a este relato; serán desterrados quienes intenten sacar del mismo una enseñanza moral; serán fulsilados quienes intenten descubrir en él una intriga novelesca.”