Aunque ciertamente leí este libro entre los ocho y diez años, sí puedo considerarlo uno de los libros que me sedujeron al final de la infancia. En principio, el libro que recibí como regalo, tal vez de reyes, no puedo asegurarlo, era el “Libro de las tierras vírgenes”, que añadía una serie de cuentos al relato central.
Ruyard Kipling recopiló para escribir esta importante novela una serie de relatos orales hindúes en torno a la convivencia del cachorro humano Mowgli con los animales de la selva. Estamos ante universo de buenos y malos, que plasman las relaciones y simpatías de los aborígenes por las especies de la fauna que los rodea.
- Rubén nos hizo un resumen muy detallado de las aventuras: “Mowgli que vivía en la selva desde que recién nacido la pantera Bagheera lo llevara con él sabiendo los peligros que acechaban al joven … Káa, la boa intentó hipnotizar al jovenzuelo y casi lo consigue. Bagheera lo libra de la muerte (…)El niño oye a lo lejos una potente voz y empieza su caminata hasta Baloo, un oso enorme y simpático que pasa la vida cantando, y que se hace muy amigos (…)”
- Indudablemente por la novela desfilan estos animales antropomórficos con sus cualidades tópicas y su condición de amigos y enemigos del ser superior, ese humano que terminará por aceptar y emprender su destino junto a los de su especie. El tigre, el gran enemigo, Shere Khan, al que humillará Mowgli, los monos y sus tonterías, el vago y alegre Baloo, la fiel Bagheera, los acogedores y compasivos lobos… Todo el variado universo de la selva con sus nombres y apodos.
- Pero más allá de una lectura adulta y crítica, o del edulcoramiento al que lo sometió Walt Disney en la película homónima, hay que reconocer que lo que se nos narra es el relato de una epopeya de supervivencia repleta de emociones y peligros, la épica del triunfo del valor y la inteligencia. La ley de la selva, a través de episodios, canciones, diálogos bien construidos, la primera ley del mundo, primigenia y anterior a las de los humanos.