En nuestra mesa de trabajo y en la de nuestros escolares conviven o se agolpan pacíficamente libros, enciclopedias, manuales y tecnologías digitales. Pero es obvio que la sociedad de la información y su joya más preciada, internet, no nos van a redimir de leer. Todo lo contrario, asomarse a una información solicitada sobre el asunto más inverosímil en la Red produce vértigo Todos los contenidos en papel impreso han pasado o están pasando a formato digital, y además hay miríadas de contenidos que nunca pasaron por la imprenta. La capacidad de absorción, la voracidad de la Red parece infinita. Porque la web contiene y proyecta, en cierta manera como un gran espejo, lo que somos, para bien y para mal.
Sin embargo, la información acumulada no es necesariamente conocimiento… A la mente del receptor le toca construir el significado, y este generalmente está vinculado estrechamente a un contexto sociocultural. En un examen reciente de la selectividad se proponía un anuncio publicitario de la campaña institucional que dirige el Estado a los autónomos para que estos aumenten su participación en la cuota de la seguridad social. Me pareció un tema inapropiado y difícil porque me resultaba inverosímil que un alumno a esa edad, salvo casos a los que atañe familiarmente, fuera conocedor de la problemática de prestaciones de este sector de los autónomos. Pues bien, los bachilleres salvaron esta dificultad “a priori”, la fotografía en el anuncio de un popular personaje de una serie televisiva y su expresión mayormente empleada a modo de eslogan contribuyeron a la identificación correcta del mensaje, y así fue corroborado por una de las correctoras de los exámenes.
A veces, los conocimientos que suministra un contexto social y mediático son claves para dar un “sentido” al mensaje. De esto la publicidad “entiende” bastante.
Rastrear una información por medio de buscadores obtiene un fruto inmediato, los datos. Es decir, algo externo, informe porque no está estructurado, acumulable, automatizado. El conocimiento, en cambio, debe ser interno o interiorizado, poseer una estructura o sistema de relaciones conexas, crece con lentitud, solamente es humano, y conduce o permite la acción. Una máquina de ajedrez puede jugar bien, es más, puede derrotar a un campeón mundial (“Deep Blue” contra Gary Kaspárov), pero no podrá “explicar” las reglas del juego a un principiante o dar una charla sobre la historia de este deporte. Estas actividades solamente puede realizarlas un ser humano.
En ese sentido la lectura sigue siendo la clave para acceder al conocimiento. Es seguro que la forma de leer ha variado, leer en internet requiere otras pericias, el uso de buscadores, la introducción consiguiente de criterios de búsqueda, el manejo de bases de datos, abrir y guardar archivos, bajar imágenes; pero la lectura, atenta, meticulosa y comprensiva de un mensaje, es imposible de obviar. Sobre todo porque la información es abrumadora, su naturaleza es muy cambiante, no hay criterios de autoridad y la posibilidad de crítica o de contraste en la Red es difícil.
La “literacidad crítica” pretende formar lectores que además de saber descodificar, interpretar un código, mostrar una competencia semántica y pragmática, es decir, comunicativa, sepan asumir un rol de crítico o analista identificando las opiniones, valores, intereses del texto en la línea de la corriente del Análisis Crítico del Discurso – ACD – ([1]). Un lector crítico debería o podría reconocer en un discurso o producción lingüística, al menos, el propósito del autor, el género o modalidad discursiva, la ambigüedad, la connotación y la ironía, las voces empleadas, la solidez y viabilidad de los argumentos, los discursos previos, el perfil del lector y la identidad del autor.
Entre los colegas del área de lengua y literatura ha existido desde antaño la noble tarea de formar “lectores literarios”, jóvenes que disfrutaran con los libros y en especial con la literatura, la ficción o el ensayo. No estoy muy seguro de que esta sea la tarea prioritaria para nuestro colectivo. Para tener éxito en forjar lectores literarios se requiere un entorno social positivo, familia, sociedad y medios, estimulante, que estamos lejos de alcanzar, una sensibilidad estética, una emoción difíciles de inculcar y menos de imponer coercitivamente. Indudablemente, y voto por ello, esa minoría de lectores empedernidos va a estar presente en nuestras aulas para nuestra satisfacción. Pero este fenómeno será bastante ajeno a nuestra voluntad.
Lo que sí es seguro es que los escolares del XXI van a necesitar ser lectores competentes en cualquier tipo de soporte. Capaces de desentrañar críticamente cualquier discurso, mensajes, textos e imágenes, lo que comprendería también el manejo y creación de páginas web, la elaboración de hipertextos, el uso curricular de los géneros discursivos de internet, correo electrónico, forums, chats, grupos de noticias… Unas competencias que devuelven a la lectura su carácter angular y clave pero que la enfrentan a nuevos e importantes retos.
[1] WODAK, Ruth, MEYER, Michael: (2003). Métodos de análisis crítico del discurso. Gedisa. Barcelona.
1 comentario
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